La policía municipal de un municipio gastaba tanto combustible que a veces llenaban en un solo día dos veces el deposito. Ante estos hechos el alcalde sospechó que algo raro ocurría y se dispuso a averiguarlo, llamó al concejal de juventud, hombre de su total confianza y lleno de recursos imaginativos, lo que era difícil de encontrar en su equipo de gobierno, tras ponerle en antecedentes le solicitó su colaboración. Al mencionado se le ocurrió con buen criterio pedir la colaboración del comisario jefe de la zona, el cual accedió a ello, dejándole un visor nocturno para poder hacer ciertos seguimientos discretos y averiguaciones.
El resultado vendría a las pocas noches de iniciada la investigación.
En un descampado cercano a la carretera nacional había un chiringuito dedicado a la "hostelería" y al desguace de automóviles, que se amontonaban delante del susodicho local, y entre chatarra y chatarra, había depósitos donde se almacenaba gasolina y gasoil para la compraventa.
Allí llegaban los coches de la policía, trasvasaban combustible, y partían de nuevo a continuar con sus servicios.
Al enterarse de ello el alcalde, decidido a acabar con este delito, y proceder contra sus autores, preguntó al jefe de la policía sobre la magnitud de la red y las formas de expedientar a los culpables, y éste le contestó que la dificultad principal estribaba en que, cambiando con frecuencia las pareja, como se solía hacer, era previsible, que él que no lo hiciese, lo sabría, y no lo habría denunciado como era su obligación, lo que hacia dificil la exclusión de alguien, y dejaba tocada a la inmensa mayoría de la plantilla.
Ante esta circunstancia el alcalde decidió sobre la conveniencia de una amonestación colectiva y una seria advertencia de inclusión en el expediente.
La risa del alcalde, que tan sólo en parte compensaba su disgusto anterior, fué cuando el comisario se echó a reír al explicarle la historia en el momento de devolverle el visor nocturno, y el alcalde le dijo entre risas que dejase de reír porque también sus hombres habían sido vistos haciendo idéntico comercio, lo que freno en seco las risas del comisario.
Para colmo de posibles complicidades, la entrada al citado chiringuito era el punto frecuentemente utilizado por la guardia civil de tráfico para establecer un puesto de vigilancia de la citada carretera nacional.
El resultado vendría a las pocas noches de iniciada la investigación.
En un descampado cercano a la carretera nacional había un chiringuito dedicado a la "hostelería" y al desguace de automóviles, que se amontonaban delante del susodicho local, y entre chatarra y chatarra, había depósitos donde se almacenaba gasolina y gasoil para la compraventa.
Allí llegaban los coches de la policía, trasvasaban combustible, y partían de nuevo a continuar con sus servicios.
Al enterarse de ello el alcalde, decidido a acabar con este delito, y proceder contra sus autores, preguntó al jefe de la policía sobre la magnitud de la red y las formas de expedientar a los culpables, y éste le contestó que la dificultad principal estribaba en que, cambiando con frecuencia las pareja, como se solía hacer, era previsible, que él que no lo hiciese, lo sabría, y no lo habría denunciado como era su obligación, lo que hacia dificil la exclusión de alguien, y dejaba tocada a la inmensa mayoría de la plantilla.
Ante esta circunstancia el alcalde decidió sobre la conveniencia de una amonestación colectiva y una seria advertencia de inclusión en el expediente.
La risa del alcalde, que tan sólo en parte compensaba su disgusto anterior, fué cuando el comisario se echó a reír al explicarle la historia en el momento de devolverle el visor nocturno, y el alcalde le dijo entre risas que dejase de reír porque también sus hombres habían sido vistos haciendo idéntico comercio, lo que freno en seco las risas del comisario.
Para colmo de posibles complicidades, la entrada al citado chiringuito era el punto frecuentemente utilizado por la guardia civil de tráfico para establecer un puesto de vigilancia de la citada carretera nacional.
El Ayudante del Farero